Mercedes Navarro Puerto mc
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INTRODUCCIÓN
El Sur es una metáfora espacial enormemente poderosa y nada inocente. Se apoya en la experiencia de nuestra postura erguida: al lugar de la cabeza lo denominamos arriba y a la zona de los pies la denominamos abajo. Esta experiencia vertical nos ha llevado a interpretar la totalidad como arriba-abajo. En Geografía se convierte en el par Norte-Sur, a cada polo del cual atribuimos significado y valores. El Sur asigna significado y valor a diversos planos de la realidad, incluido el moral. A una villanía la calificamos de algo bajo. Ir con la cabeza bien alta expresa dignidad y honor, pues alta equivale a arriba, arriba es más y más es mejor y más bueno
Según esta metáfora conceptual organizadora de nuestra percepción y experiencia, el Norte es arriba, arriba es más, más es mejor. Y el Sur es abajo, abajo es menos y menos es peor. El progreso y desarrollo es Norte y el subdesarrollo Sur. Llevada hasta el final geográfica y políticamente, el Sur de Europa es respecto al Norte abajo, menos, peor. La metáfora norte-sur arriba-abajo se aplica a nuestro sistema de sexo-género. Las mujeres y lo femenino son el Sur y los varones y lo masculino el Norte. Nuestros conceptos colocan imaginariamente a las mujeres en el Sur del Sur. Si seguimos agregando dimensiones a la pirámide de opresiones dejamos de ser visibles.
El Sur, una metáfora sospechosa
No podemos evitar pensar mediante metáforas pero podemos modificar el marco o cambiar las metáforas. Me gustaría cambiar el marco de la metáfora del Sur. Para ello, es preciso sospechar de nuestra manera de utilizar la oposición norte-sur preguntándonos en qué medida sirve al sistema de dominación, ya que las religiones se encuentran en él y sirven a sus propósitos. Dentro de las religiones las mujeres y los hombres, lo femenino y lo masculino son valorados mediante las asociaciones norte-sur, que aparecen naturalizadas por el fuerte impacto que reciben de estas metáforas cotidianas.
Extensiones del Sur en Europa
En Europa el Sur se ha extendido. Las mujeres del Este ¿no las asociamos en nuestra mente a la metáfora del sur? ¿No existen incluso en nuestras naciones, ciudades y barrios, un norte y un sur social, humano, ético, étnico, religioso…? Invito a reflexionar sobre las connotaciones patriarcales e interesadas del mantenimiento de la polaridad jerarquizada. En esta aldea global hablar en términos de norte-sur es reforzar las jerarquías por medios no conscientes. Y esto, por lo menos, hay que saberlo.
El estereotipo de la mujer del sur, consecuencia del uso de la metáfora, hace invisibles a las mujeres concretas. La política de ayudas económicas a las mujeres del sur, por ejemplo, no están interesadas en su formación crítica dentro de sus religiones. Por eso las ayudas son destinadas a proyectos de desarrollo sobre pobreza y violencia, no sobre sus causas, ni sobre el papel de las religiones en su mantenimiento. No apoyan proyectos de formación e investigación propios de la crítica feminista de género. Esta política actual de desarrollo no está interesada en atacar los cimientos de la estructura y las mujeres, ayudadas por el supuesto norte, siguen siendo consideradas el sur dentro del sur. Pero no nos engañemos, pues las mujeres del norte también son ellas mismas el sur de sus políticas, países, sociedad y religión. Muchas de las consideradas mujeres del sur pasan a ser norte y contribuyen a la ideología y estructura patriarcal.
Estudiar e investigar, formarse y crear una actitud crítica daría al traste con el sistema mismo, da igual el lugar geográfico y social en donde se ubique. En cuanto falta dinero por ejemplo, como bien sabéis algunas de vosotras del norte de Europa, se recortan los presupuestos destinados a la formación religiosa y teológica de las mujeres. Me diréis que la vida es la gran prioridad. Siempre he sospechado que era un argumento tramposo, pues no se trata de mera precedencia temporal: primero la vida, luego la formación, como si la formación no formara parte de la vida, como si la mente y el cuerpo no tuvieran el mismo derecho a la vida y la dignidad. Aprendí a sospechar cuando estudié el encuentro entre Jesús y la mujer sirofenicia en Mc 7. Es preciso unir el pan y la salud física con el alimento de la formación y la salud psíquica. Prefiero metáforas distintas a la del sur, la frontera, y la red. Así, ya desde el comienzo, es conveniente romper las barreras geográficas y mentales que sitúan a unas mujeres en el norte, invisibilizando todo lo que de sur hay en ellas, y sitúa a otras en el sur, invisibilizando y subordinando todo lo que de norte hay en ellas. Podría resultar una buena estrategia de resistencia frente a la utilización del sistema que tanto nos perjudica a las mujeres.
I. VISIBILIDAD RELIGIOSA E IDENTIDAD DE LAS MUJERES
El punto de partida es la constatación del sistema universal de dominación masculino – femenino que deposita en las mujeres la alteridad y la diferencia. En todas las culturas y religiones las mujeres seguimos siendo acumulación de diferencias expresadas en una sobrecarga de identidad. La semejanza de la sumisión derivada de ello es muy sospechosa o en la indumentaria se parecen mucho el puritanismo victoriano, la moral represiva católica especialmente el hábito de las monjas, la chilaba musulmana, y el sari hindú o en la separación religiosa del espacio, se parecen mucho los templos femeninos grecorromanos antiguos, la separación de hombres y mujeres, hasta hace unas décadas en los templos cristianos, las sinagogas y las mezquitas o en todas las religiones hay una elite masculina que gobierna, preside los ritos, interpreta oficialmente los textos sagrados e impone las normas.
1. Problemas identitarios y de visibilidad
¿Qué pasa a las mujeres que tienen tantos conflictos con su religión? es una pregunta a cambiar por ¿qué pasa a las religiones que sus mujeres se sientan incómodas y se marchan? La primera nos hace responsables de los problemas de identidad reforzando nuestra culpabilidad, la segunda devuelve los problemas y los distribuye a sus respectivos agentes.
La sobrecarga de identidad religiosa interacciona con la sobrecarga de identidad cultural y con la sobrecarga de identidad de género. La identidad acaba siendo la diferencia gracias a la cual los individuos singulares pueden seguir existiendo en una relación de igualdad paritaria. La identidad de género revela como en su revés todos los problemas y conflictos planteados en sus respectivos marcos culturales y religiosos, sociales y políticos. Las mujeres acabamos siendo el género diferente, la cultura diferente, la religión diferente, en un lenguaje equívoco como si esa diferencia, tomada acrítica y descontextualizadamente, equivaliera a lo genuino y lleno de valor que conviene preservar y proteger, respetar y reconocer. El género aparece como un continente sacrosanto para la cultura y la religión. Por eso en las mujeres, como individuos y como colectivo, es donde mejor se aprecian los problemas de identidad de las religiones y las culturas. Uno de los síntomas se expresa en la paradoja de la visible invisibilidad. Lo femenino que supuestamente nos identifica se convierte en el continente que preserva “incontaminado” lo mejor de la religión y la cultura. Se nos reintroduce en un gueto más y se nos dificulta la salida mental y física a un mundo en evolución. Todo lo que rompa estas equivalencias será percibido por el kyriarcado de cada cultura y religión como un atentado a la propia identidad. Es indudable que se trata de un discurso esencialista, apriorístico, acrítico, atemporal… sobre la diferencia.
La visible invisibilidad se aprecia con sólo mirar a religiones y culturas sostenidas prácticamente por mujeres. Ellas hacen visible una y otra, y se comprende, pues mientras las mujeres no sean consideradas y tratadas como individuos continuarán formando el cuerpo social comodín de los varones que quedan liberados de los compromisos de ciertas identidades, ya que ellos considerados en su estatuto individual, pueden elegir identidades y porque pueden identificarse por su nombre, apellidos y su condición de sujetos humanos.
La paradoja de la visible invisibilidad, indica que cuanto más visibles nos hace la sobrecarga de identidad, más invisibles somos. Las mujeres somos visibles en las religiones como el grupo de las idénticas e intercambiables. Las cristianas, judías y musulmanas nos quejamos de que se nos trata social y mediáticamente así. Hay un vivo interés estructural en que seamos colectivamente visibles, y ninguno en que esta visibilidad tenga señas propias. Las mujeres en Europa del Centro y del Norte han peleado duramente su condición de individuos, a pesar de que las conquistas no han logrado cambiar la estructura del sistema. El reflujo hacia una determinada orientación feminista que convencionalmente llamamos de la diferencia puede ser un síntoma del cansancio y desgaste de la lucha de un grupo que siempre será minoritario. El sistema ha estado esperando este momento para recuperar el equilibrio u homeostasis perdido. Muchas mujeres pueden estar viviendo la situación tensa y fronteriza que requiere no ceder del terreno conquistado y avanzar sobre el campo minado que son las relaciones y vínculos para las mujeres. En otros países no hemos adquirido suficiente individualidad y sigue siendo un freno para los avances feministas de corte estructural y político.
Lo que se reprime con la violencia simbólica de la invisibilidad visible no es el carácter excepcional de algunas sino la existencia normal de la inmensa mayoría. Si se reprime la condición individual de las mujeres es porque de hecho nuestra existencia visible se percibe como amenaza real para el sistema. Pero no basta saber lo obvio. La verdadera liberación de las mujeres se encuentra en la libertad de sus mentes y pensamiento. Esta liberación, la más amenazante de todas, nos hace visibles como individuos únicos y originales y no permite la previsión por control remoto que ha permitido al patriarcado ir dos pasos por delante de las mujeres y sus proyectos.
Dice un autor acertadamente que no es la religión el opio del pueblo, sino el género (gender) que se oculta en ella, la violencia simbólica de la dominación masculina que atraviesa las religiones y es consagrada al proyectarse en un Dios considerado masculino. El feminismo crítico pretende desalienar las religiones de esa violencia simbólica del género para que no se convierta en el opio del pueblo. A mi modo de ver, el problema no reside en si las religiones son salvables, sino en si somos capaces de entenderlas y situarlas como el producto histórico que son, para decidir en esa misma medida qué queremos y podemos hacer con sus diferentes elementos. Si las calificamos como insalvables las tratamos como productos ajenos a nosotras y a nuestra historia, como si cuanto hemos llegado a ser no tuviera que ver con nuestra aportación real. Al considerarlas insalvables e inmodificables las esencializamos y confirmamos la idea de que somos nosotras quienes tenemos los problemas.
2. Los mecanismos invisibilizadores
Las consignas conservadoras de las instituciones religiosas pretenden invisibilizarnos y neutralizar los posibles logros feministas a través del discurso esencialista de género, que juega con la exaltación de lo femenino que esconde su desprecio y nos vuelve invisibles. Todas las mujeres debemos ser femeninas, compactas, cuerpo social sobrecargado de valores y funciones atemporales. Fuimos prefijadas por Yahveh, Dios y Alá. Este discurso, desgraciadamente exitoso, es un nuevo elemento de control y sometimiento, pues juega con la ecuación identidad-obediencia (sometimiento) que tan útil ha resultado en la historia contra las mujeres.
Los mecanismos comunes de sometimiento identitario de las religiones siguen estando unidos a la cultura, la raza, los valores, la tierra, la política, la fuerza de la moral, la importancia de la tradición, las raíces y las tradiciones… todos ellos mecanismos opresivos que refuerzan la sobrecarga de las mujeres. Me limito a citar: a) el control mediante la institución heterosexual de la familia y la maternidad; es decir, la infraestructura corporal individual que permite la prolongación del apellido (descendencia), la herencia (la patria, la tierra, la honra) y el poder, la clase o nobleza masculina; b) el control del cuerpo colectivo, correlativo al individual, dentro de la superposición interesada de hembra, femenino y mujer, dicotomía ajena a nuestra experiencia por medio de disyunciones: o somos femeninas o somos masculinas. Podemos en cambio negarnos a ser femeninas y masculinas y afirmar que somos femeninas y masculinas. La negación y afirmación a la vez es la protesta a lo dado, supuesto, anterior y fijado, permanente y supuestamente natural que esconde la condición construida.
3. Recursos para la visibilidad
Muchas mujeres de las tres religiones y culturas, hemos adquirido visibilidad mediante la recuperación de la memoria en la exégesis de los textos sagrados y la reconstrucción crítica de la historia. Un recurso transformador a medio plazo es la ruptura de la equivalencia mujer-femenino, una vez rota la correspondencia mujer-madre.
Un segundo recurso se refiere al esfuerzo individualizador y la conciencia de ciudadanía. Sumar nombres y particularidades resistiendo la tentación de ceder ante la acusación de individualismo y de anacronismo ante la reivindicación de la ciudadanía. Las religiones establecen teóricamente el valor del individuo reconocen la importancia de cada sujeto en la construcción social y política. En su práctica, sin embargo, predomina la discriminación de género.
Estrategias de visibilidad Las estrategias son la resistencia consciente, libre y activa, dado que vivimos tiempos de fuerte involución social, política y religiosa, y el avance en formación y adquisición progresiva e imparable de poder, mediante la palabra y el pensamiento, es decir, el poder de los argumentos y los hechos cumplidos.
Apuesto conscientemente por el poder y la fuerza de las ideas. Las personas que piensan, los sistemas alternativos de pensamiento mueven incluso la economía, siguen siendo considerados peligrosos. Por eso me sigo preguntando con preocupación ¿dónde están las teólogas en Europa?, ¿dónde se apuesta de verdad por ellas?, ¿dónde se divulgan y estudian sus obras…? ¿dónde se ven sus contribuciones en las teologías?, ¿dónde están los grandes puestos académicos para ellas, los foros de discusión …? No dejo de sospechar que hay poderosos intereses detrás.
II. CONVIVENCIA DE CULTURAS Y RELIGIONES EN LA PERSPECTIVA FEMINISTA
A estas alturas muchas mujeres no estamos dispuestas a optar y aceptar cualquier tipo de convivencia. Pareciera que por ser mujeres nos toca defender los valores vinculares que los varones, por serlo, sacrifican o ponen en peligro como lo más natural. No quiero jugar a ese juego. No deseo para mí ni para ninguna otra mujer ninguna convivencia impuesta por supuestos valores femeninos construidos por el patriarcado e históricamente asignados por él. No puedo aceptar una convivencia supuestamente natural que elude los conflictos y sacrifica valores como la autonomía, el poder y la libertad de cada una de las mujeres.
Las instituciones religiosas han sostenido doctrinal e ideológicamente estos supuestos hasta el punto de castigar duramente la emergencia de conflictos, especialmente si son conflictos de poder. Mediante normas morales heteroasignadas y mediante mecanismos psicológicos, han controlado nuestro impulso agresivo, excluyendo y demonizando a quienes osaban expresar sus deseos de poder y sacar a la luz los problemas de convivencia, a quienes vivían en la frontera.
Los textos sagrados contienen numerosos ejemplos. Mujeres como Sara y Agar narrativamente culpabilizadas por dividir internamente a un clan. El silenciamiento de las contiendas por el poder en el primitivo cristianismo entre María Magdalena y Pedro, o entre Jezabel, llamada falsa profetisa y el autodenominado profeta verdadero Juan en el Apocalipsis. Hace muchos años que he sospechado de la función de la frase de Teresa de Jesús por fin muero Hija de la Iglesia en el proceso de canonización, la necesidad de domesticar una figura que no eludió conflictos en las instituciones religiosas, no ocultó su verdadero poder y ejerció su autonomía astuta e inteligentemente. Aixa, mujer del Profeta, que a la muerte de éste dirigió el ejército contra Ali Abu Talib con 18 años, fue considerada excepcional y su acción fue descalificada en buena parte del Islam bajo el temor de que las mujeres pudieran imitarla.
Sara y Agar se atrevieron a traspasar la raya limitadora del patriarcado. Jezabel fue colocada en el otro lado de la frontera, una vez delimitados lo ortodoxo de lo heterodoxo. Teresa de Jesús vivió en la zona frontera peligrosa de una espiritualidad extracanónica. La musulmana Aixa fue eliminada de su propia gesta a la que se llamó la Batalla del camello para evitar asociarla a una mujer.
La frontera abarca dos campos semánticos de los que se derivan importantes consecuencias prácticas sociales, políticas, culturales y religiosas. Uno tiene que ver con el límite, la separación y la delimitación. El otro con la unión, conexión y relación.
1. La frontera según el kyriarcado
El sistema kyriarcal de dominio/ sumisión ha utilizado la frontera de manera interesada. Todo lo relativo a límites y delimitación ha sido asignado a los varones y lo masculino, extensible a importantes áreas, como la conquista y expansión territorial, la religiosa y moral, el derecho y la ciencia.
El significado conectivo y relacional, desautorizado de hecho aunque valorado en el nivel de los principios, ha sido asignado a las mujeres y lo femenino. Así se ha creado un ficticio equilibrio sostenido y reforzado por las religiones y los roles de cada género en ellas, entre el poder limitador y separador de la frontera y la capacidad relacional que solventa sus conflictos y problemas. El kyriarcado necesita de la metáfora conceptual de la frontera para funciones de control. Identifica interesadamente limitación con delimitación. Delimitar es distinguir, necesario para el conocimiento. Limitar está vinculado a la voluntad. Ambas operaciones tienen gran importancia para el poder de definir la realidad. Que el kyriarcado haya asignado estas funciones a los varones ha tenido un fuerte impacto en todos los niveles.
Las instituciones religiosas han utilizado la frontera para imponer límites recurriendo a la naturaleza y al designio de Dios. Fronteras que afectan a la mente, el cuerpo, la sexualidad y las relaciones; al espacio físico y social en la escala de órdenes y jerarquías. A tales usos de separación, podemos añadir otros usos fusionales igualmente interesados, como sucede en las teocracias políticas. La historia nos dice que es buena para las mujeres aquella frontera que delimita y distingue lo secular y lo religioso en el sistema sociopolítico
2. La frontera, las mujeres y la red
Propongo la frontera como lugar privilegiado de conexiones, para la convivencia intercultural e interreligiosa de mujeres. La delimitación no tiene por qué entenderse como imposición de límites. Éstos no tienen por qué asociarse permanentemente a la invasión. Las relaciones no tienen por qué prestarse a la función asignada por el kyriarcado.
Deseo enfatizar el elemento delimitador de la frontera. El énfasis en la intuición femenina ha infravalorado la capacidad delimitadora de nuestro conocimiento. En ella nos jugamos la capacidad crítica para distinguir, trazar bordes y líneas en las que aparezcan dibujadas figuras consistentes. Esto no es tan evidente porque las mujeres seguimos siendo las no delimitadas, seres a los que parecen asustar los límites y las fronteras, sospechosas de no saber distinguir, separar si es preciso, poner límites y tomar decisiones.
Las instituciones religiosas han sido especialmente duras con las mujeres a este respecto. La asignación relacional de lo fronterizo, ha dificultado distinguirnos sin culpa, aparecer, ser reconocidas en la igualdad que nos permite ser diferentes. La versión más recurrente de los discursos oficiales religiosos se refiere a las funciones complementarias de los géneros. Ahora, cuando las mujeres somos capaces de asumir el poder y el riesgo de poner límites y distinguir, Ahora, cuando podemos establecer redes sin sentir que la alteridad, nos amenace con tragarnos. Ahora es cuando las religiones se adhieren a las corrientes comunitaristas, esencialistas, y culturalistas del discurso de la diferencia.
3. El marco de la red
La convivencia de las religiones requiere el marco de la red en el que hacernos con este poder que nos pertenece. El marco de la red permite incluir estas dimensiones en un entorno de vinculaciones, pero manteniendo la vigilancia crítica, pues también la red podría entenderse de una manera cuando hablamos de ella las mujeres y de otra cuando se refieren a ella los varones. Uno de estos peligros está en la asociación entre la red y lo común. Si queremos establecer una red, es, supuestamente, porque queremos apoyarnos sobre lo común.
Las mujeres de las diferentes religiones no esperamos ni deseamos algo común previo e inmutable sobre lo que tender nuestros lazos y conexiones. Lo común nos precede por delante, en el presente y futuro inmediato. Lo común no es algo dado, hecho, previo, sino más bien una realidad sólo trazada y siempre en revisión reconstructiva.
Necesitamos desenmascarar lo común preestablecido dependiente de una supuesta naturaleza o voluntad divina inmutable, atemporal y ahistórica. El marco de la red nos permite recuperar la frontera, también, como el lugar en donde crear lo que queramos compartir. La red es un entramado horizontal de líneas formadas por infinitos puntos de contacto, no en sentido extenso, sino en sentido profundo, apoyándonos en el modelo de la informática. Desde la frontera de cada punto de enlace, la propuesta de convivencia entre culturas y religiones no intenta tanto crear lo común, en el sentido de una realidad que se puede volver a sacralizar, cuanto de mantener abiertas las posibilidades de los puntos de conexión. En esta red la teología, que se ocupa de los contenidos, podría ser un buen instrumento buscador en los entornos culturales concretos.
4. La frontera, la libertad y la trasgresión
La frontera equivale, también, al espacio liminal, tierra de nadie, que en la historia y las culturas ha desempeñado interesantes funciones prácticas: área de descanso, de refugio y protección …
Reivindico las religiones para las mujeres en su sentido de frontera dentro de nuestro mundo y realidad. No siempre estas funciones han transformado la vida de las mujeres, pero han desempeñado una función importante de supervivencia y resistencia. Las mujeres han podido escapar, a duras penas, de las presuntas funciones de procreación, de la familia y la identidad de las culturas y pueblos. Y este sentido de la frontera es reivindicable conjuntamente con los otros significados y en su función de resistencia. Aunque resulte paradójico, la necesitamos alguna vez si podemos elegirla libremente para recuperarnos, como lugar de soledad e invisibilidad. Dentro de las religiones siempre existen espacios que desempeñan de hecho o potencialmente esta función.
5. Frontera, red y liminalidad: la teología feminista
La frontera es limen y umbral. Un espacio creativo y generador de denuncia. Lugar profético que evoca, convoca y provoca. Refuerza, así, su naturaleza marginal para la espiritualidad de la resistencia. La teología feminista, a mi modo de ver, cumple las funciones propias de la frontera como tierra de nadie liminal. Podemos, con todo, evocar algunas directamente: . es tierra de nadie dentro de las religiones, área peligrosa perseguida, ignorada, invisibilizada y culpabilizada, . lugar crítico e incómodo que crea incomodidad, instrumento liminal, políticamente incorrecto para las teologías, religiones, sociedades y política, por eso lejos de instalarse institucionalmente, emigra a lugares de mestizaje, interdisciplinariedad, interreligiosos, . es, sin embargo, espacio de libertad, lugar desde donde se entra y se sale de un sistema con el que no estamos de acuerdo, lugar vulnerable y a duras penas respetado . zona liminal, de transición e intersección, una raya que fluye o se desplaza, nunca definida del todo y para siempre. Zona de diálogo y convivencia, poco propensa a la manipulación
III. PODER PARA SER VISIBLES Y AUTORIDAD PARA CONVIVIR
De todo lo anterior se desprende que no nos conviene cualquier tipo de visibilidad ni cualquier forma de convivencia a cualquier precio. La visibilidad va intrínsecamente ligada al poder y la convivencia a la autoridad. Por eso los abordo juntos.
Nuestras respectivas historias religiosas nos enseñan que la convivencia de las mujeres puede ser un infierno si cada persona no encuentra su sitio, si cada cual no se siente reconocida y no consigue un suficiente equilibrio de poder. La red en la cual las fronteras son capacidad delimitadora, capacidad para definir y transformar la realidad, especialmente las instituciones, requieren el empoderamiento de las mujeres. El poder y la autoridad, a su vez, requiere reconocimiento, un bien del que las mujeres apenas gozamos. Tienen razón quienes dicen no necesitar más poder ni reconocimiento, pues si algo nos sobra a las mujeres es reconocimiento de género, la invisibilidad visible. El sistema de dominación/sumisión y especialmente sus instituciones religiosas, tienen un empeño feroz en que sigamos aceptando el reconocimiento de género, el permiso para disfrutar del poder de ser mujeres y femeninas y la autoridad de pertenecer a un género supuestamente preservado de las lacras del patriarcado. Siento mucho tener que disentir. Mientras lo femenino no pueda ser elegido no será patrimonio de la humanidad.
1. Poder para ser visibles y para compartir
Las mujeres queremos y estamos dispuestas a compartir: nuestra fe y experiencia religiosa y espiritual, nuestras culturas vinculadas a nuestras tradiciones religiosas, nuestros valores. Pero nos olvidamos de que sólo podemos compartir lo que poseemos y consideramos nuestro, y que para compartir lo que me ofrecen es igualmente necesario lo propio. Tener lo propio se refiere a la delimitación y limitación previamente tratadas. Lo común no está delimitado, no se puede elegir y por ello tampoco está limitado.
El poder de compartir culturas requiere sabernos co-propietarias de la cultura propia, la generosidad de ofrecerla y el coraje de someterla a confrontación en un clima fronterizo de diálogo y de intercambios recíprocos y paritarios. Requiere poder de y para compartirla, es decir ser agentes de nuestras culturas y religiones, reconocidas como tales y capaces de asumir los riesgos de la aculturación, acercando la propia cultura y fe a las fronteras, donde ser libres, discutir, pactar, distinguir, delimitar, y poner límites, negociar, ceder y aceptar. Queda mucho camino que recorrer. 2. Propietarias en lugar de comuneras
En nuestras instituciones religiosas las mujeres tenemos serias dificultades para poseer. Los bienes no están distribuidos equitativamente. El poder recae en élites nada interesadas en el empoderamiento de las mujeres. Somos deficitarias en los medios que conducen al poder: capacitación, formación, palabra, foros, reconocimiento…
Estamos en un círculo vicioso, en donde ausencia de poder es ausencia de medios y sin medios no podemos adquirir poder. Para salir de esta encerrona con frecuencia nos pasamos a la autoridad pretendiendo desligarla del poder, pero de ese modo sólo conseguimos reinsertarnos en los principios dualistas del patriarcado. En lugar de oponerlos, debemos unirlos. Necesitamos el poder y la autoridad. El poder sin la autoridad puede degenerar en imposición y dominio opresivo y la autoridad sin poder sería un engaño. Necesitamos recordar que no hay zonas a-patriarcales, como tampoco hay ámbitos a-temporales o a-históricos. Sí podemos, en cambio, construir zonas fronterizas contrapatriarcales.
3. En los lugares del poder
Las mujeres no esperamos que las religiones, que es decir, sus instituciones, nos den poder. Esperamos adquirir poder dentro de ellas o en sus fronteras. El poder y la autoridad no residen en el vacío sino en individuos o colectivos concretos, situados histórica y socialmente. Adquirir poder es arrebatarlo a quienes se han hecho injustamente con él. Sólo así podremos redistribuirlo, socializarlo y recolocarlo en el nivel de los derechos, la justicia y la responsabilidad.
Mi tradición católica dice que, según los evangelios, el poder reside en la fe. Cierto que no cualquier forma de fe, pues por determinadas formas de fe las mujeres seguimos invisibilizadas y sometidas. Se trata de una fe libre y lúcida, crítica y portadora de energía y capacidad de lucha, que pide ser compartida, continuamente revisada y realimentada. La fe es fuente de poder y éste será real si suscita reconocimiento y autoridad. Por eso, un segundo lugar de poder, si se puede llamar así, es el reconocimiento que implica confianza, crítica y generosidad. El reconocimiento, asignatura pendiente en muchas de nuestras comunidades religiosas, situado en el nivel de la persona, de la competencia y los valores, en el nivel de sus conquistas o su recorrido. En definitiva en el nivel de la afirmación por la cual hace visible a quien se reconoce. Tal vez en las religiones las mujeres no somos visibles porque nos falta reconocimiento, que tanto tiene que ver con la dignidad.
La confianza como autoconfianza y confianza en las demás. La crítica, como autocrítica también, que es conocimiento en estado de alerta individual y grupalmente. La generosidad con nosotras mismas y con las demás. Cada uno de estos rasgos ha de ir de la mano de los otros, pues la confianza sola puede cegarnos o devolvernos a una ingenuidad inmadura. La sola autocrítica seguirá haciendo estragos en nuestra autoestima y conciencia de género, la mera crítica nos convertirá en amargadas y la sola generosidad nos colocaría en una disposición al abuso. De todo lo cual sabemos mucho las mujeres. Si las combinamos el efecto puede ser muy diferente. La consciencia crítica refuerza nuestra confianza y permitir mayor lucidez y libertad en la fe. La confianza genera el suficiente bienestar y alienta la generosidad. Ésta, iluminada por la consciencia crítica, se vuelve una opción libre y no mera derivación natural de nuestra supuesta esencia femenina. El tercer lugar del poder es el grupo del nosotras no como grupo natural construido sobre la base del género femenino, sino como categoría social coyuntural y estratégica ante determinados proyectos.
CONCLUSIÓN
Al final de este recorrido reflexivo podemos recoger como síntesis y conclusión algunos puntos:
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